Mentes Blancas 15-23 Final primer capítulo

19 marzo 2010
Manoli era otra ayamontina mística, donde las haya, todo para ella estaba relacionado con el amor entre los hombres y hacia la naturaleza. Una chica de baja estatura, castaña y nada agraciada, especialmente porque sus gafas, de enorme graduación, no dejaban ver la expresión de sus ojos y, su tez, estaba toda cubierta de un antiestético acné; sin embargo, me gustaba Manolita, como la llamábamos, porque era divertida, me hacía reír incluso cuando, en momentos de discusión, se le trababa la lengua y comenzaba a tartamudear pero, sobretodo, porque tenía un enorme corazón.

Después de desayunar, y de conocernos un poco, nos marchamos al famoso Centro de “Mentes Blancas”, concretamente, según me contó Manolo mientras fregábamos juntos lo que usamos en el desayuno: a la “primera fase” del programa. Manolo, un ayamontino de bandera, de estatura media, centímetros más alto que yo, muy moreno, de pelo negro y constitución corpulenta, pero con rasgos muy finos; estaba muy orgulloso de su tierra y tenía carácter abierto y zalamero. Al igual que a mí, le gustaban los carnavales y, aunque tenía una voz muy dulce y melodiosa, con su pésimo oído, hacia olvidar esa encantadora voz cada vez que intentaba entonar algo.

Ya nos acercábamos al edificio donde estaba ubicada la Acogida, que no estaba lejos de donde nosotros nos alojábamos. Antes de entrar en la enorme puerta de madera, algo agrietada por los años, ya me embargó el miedo, se me encogió el estómago, tuve que hacer un gran esfuerzo para subir una larga escalera que conectaba con varios pasillos llenos de salas y aseos. El edificio estaba solitario porque los chicos y sus familias no llegarían hasta una hora más tarde. Fuimos directamente hasta una sala donde había colocado un cartel, encima de la puerta, con letras grandes de color dorado y enmarcado en madera: “Dirección”. Al entrar, salía una señora de unos sesenta años aproximadamente, muy sonriente que comenzó a saludar a todos mis compañeros efusivamente.
_ Hola, yo soy Alfonsa, ¿tú quién eres?
_Él es Federico, la nueva adquisición de Huelva, - comentó Mª José sonriente como siempre, con su actitud de madre protectora.
_Encantada de conocerte. ¡Mira ahí está Puri! ella es la Directora de Acogida y, como hoy no vendrá el padre Benito, habla con ella para ponerte al día sobre todo este embrollo. ¡Ya nos veremos por aquí!. _ y se marchó, no sin antes hacerme una caricia en la mejilla derecha, sorprendiéndome agradablemente.

Alfonsa era una monja de esas que suelen caer bien, abierta y muy cariñosa, algo distraída, supongo que por la edad, pero era el alma misericordiosa del Centro. Todos acudían a ella para contarle cualquier cosa, sabía escuchar y eso era algo importante para los chicos. Me hubiera gustado conocerla mejor pero fue breve la estancia en Acogida y, con la cantidad de trabajo que había, no contábamos con tiempo suficiente para tener mucho contacto.

Al entrar en la Dirección, me sorprendió la cantidad de mesas y archivos que había en esa pequeña habitación. No tenía más de 16 metros cuadrados y había más de 5 mesas de escritorios y una docena de muebles, ordenadores, máquinas de escribir, fotocopiadoras, y algunas cosas más que no recuerdo, todo aglutinado, formando un pasillo que llevaba a una gran mesa al final de la sala, en una esquina, era la del Padre Benito “Presidente del programa”.

Me habían hablado de él, un hombre recto y bastante exigente. Creo que sólo hablé con él en un par de ocasiones, de nada trascendental, ya que siempre estaba muy ocupado y yo no estaría dentro de sus preocupaciones, de lo cual me alegro porque, a veces, le oía gritar y no me habría gustado estar en la piel del receptor de sus palabras ¡pensaba que le saldría espuma por la boca!. Supongo que la edad y eso de ser un cura jerárquico y franquista, unido al cargo de Presidente, habían potenciado su autoridad a unos extremos que.. si Lening levantara la cabeza, él le volvería a enterrar.

En la Acogida, cerca del Padre Benito, apenas estuve unos cuatro meses aunque fueron tan concentrados que me parecieron cuatro largos años. Hubo momentos en los que pensé en “tirar la toalla”, sin embargo seguí adelante, aunque a veces me arrepienta de no haberlo hecho.

Puri, otra de las monjas que trabajaba en Mentes Blancas de Málaga, era de baja estatura y con unos enormes pies, algo que me llamaba la atención y que fue motivo de mis chismorreos y críticas. Siempre vestía de negro, quizás por su condición de monja, aunque no con los típicos hábitos eclesiásticos, sin embargo, era algo que me retraía a la hora de acercarme. Tenía un gran sentido de la responsabilidad con una mirada fría y calculadora, parecía estar constantemente intentando averiguar lo que pensabas. En las dos o tres ocasiones que charlé con ella, y sólo porque su responsabilidad como Directora lo exigía, la verdad es que creo que tampoco estaba dentro de sus preocupaciones, lo cierto es que, esas dos o tres veces que tuve de tener que soportar uno de sus místicos sermones, me hizo sentir intranquilo e incómodo, por lo que intenté no coincidir mucho con ella.

Después de hablar con Puri, que me explicó a grandes rasgos y todo lo rápido que una persona puede hablar, mis responsabilidades en la Acogida, eso sí, ¡toda responsabilidad que le pudiéramos quitar, según ella, no estaba de más!, me mandó al nivel de “Intermedio”, uno de los tres niveles en los que estaba dividida la Acogida, después de “Orientación” y antes de “Pre-comunidad”. Aquí fue donde conocí a mi compañero Manolo Masera, que en aquel momento era el terapeuta responsable de este nivel y trabajaba en Málaga.
De él aprendí mucho, incluso llegué a idolatrarle. Había que tener en cuenta que él había hecho el programa y su experiencia contaba ya siete años. Recuerdo la primera vez que lo vi porque salía de un grupo de autoayuda y, al cruzar la puerta, se volvió dirigiéndose al grupo y casi a gritos dijo:
_ ¡Eso es lo que hay, y el que no, para su casa! _ Y dando un portazo, se marchó. La verdad es que me impresionó un poco y más aun sabiendo que tenía que estar con él. Después de eso lo vi hablando con Puri y al rato se me acercó.
_ Tú eres el nuevo de Huelva ¿Verdad?
_ Sí, soy Federico.
_ Yo soy Manolo Masera, vente conmigo – me comentó seguidamente en un tono despectivo, como si quisiera mostrarme su inconformidad por tener que ser mi terapeuta de referencia.

Me despedí de mis compañeros cantando jocosamente con gestos de burlas.. ¡¿quién teme al lobo feroz?! e inmediatamente le seguí. Recuerdo la mirada que me dirigió Nacho, que ya conocía a Manolo Masera, fueron unos segundos antes de comenzar a caminar, un cruce instantáneo de miradas, donde sus dilatadas pupilas daban la sensación de compasión, quedé congelado por un momento, intentando captar lo que me transmitía, seguramente no es la expresión correcta, pero realmente “me acojonó”.

Mientras andaba por el pasillo, iba pensando en cómo sería Manolo; vestía elegantemente, con un traje de chaqueta de color azul oscuro, camisa blanca y una corbata que desentonaba con todo, muy ancha y de múltiples colores. Su andar era decisivo y seguro, con un tono soberbio y altanero me freno en seco diciéndome:

_Espera un momento aquí, cuando acabe el encuentro de la mañana hablaré contigo – y se metió en un salón, cerrando la puerta detrás de sí. Me quedé atónito ¡casi me da con la puerta en las narices! y sin saber por qué no podía entrar con él. Menos mal que solamente estuve esperando unos 15 minutos.

El encuentro de la mañana, como su nombre indica, no es más que eso, un encuentro a primeras horas del día donde los chicos se reúnen para hablar voluntariamente de algún tema expuesto por el terapeuta. Los chicos se sientan frente al terapeuta encargado de llevar el encuentro que, normalmente, suele rotar. El inicio se hace leyendo un texto, aprendido ya por rutina, que se utiliza como filosofía, no sólo en las tres fases del programa de Málaga, sino en todos los Centros “Mentes Blancas” de España. Este texto fue escrito por un chico que se encontraba rehabilitándose en Italia, de donde nace el programa terapéutico:

Estamos aquí,
porque no hay ningún refugio
donde escondernos de nosotros mismos,
hasta que una persona
no se confronta en los ojos y en el corazón de los demás,
escapa,
hasta que no permite a los demás compartir sus secretos,
no se libera de ellos.
Si tiene miedo de darse a conocer a los otros,
al final,
no podrá conocerse a si mismo ni a los demás,
estará solo.
¿Dónde podremos conocernos mejor si no, en nuestros puntos comunes?
aquí juntos, una persona puede manifestarse claramente,
no como el gigante de sus sueños ni el enano de tus miedos,
sino como un hombre, parte de un todo, con su aportación a los demás.
Sobre esta base, podremos enraizarnos y crecer,
no sólo en la muerte, si no vivos para nosotros mismos
y para los demás.

Después de leer la filosofía, en el encuentro de la mañana se dan dos partes claramente distinguibles. La primera, en la que se lanza un tema a modo de introducción-reflexión que, normalmente tiene que ver con cuestiones, por ejemplo, sobre “la comunicación con la familia”, “el respeto”, “la violencia”, “la responsabilidad”, “la honestidad”, etc. y, una vez expuesto, comienzan a surgir las reflexiones que dependerán de las actitudes negativas que se han ido observando durante la semana. Se habla en el ámbito personal y profundizando en la reflexión, de tal forma que, al hablar ese día del tema en cuestión, te condiciona hasta el punto de , tanto en grupo como en la casa, para mejorar esa actitud, por supuesto, ayudado en todo momento por los terapeutas. Finalmente, viene la segunda parte del encuentro, que consta de un pequeño teatrillo o parodia, por llamarlo de alguna manera, que prepara un grupo de chicos con el objetivo de alegrar la mañana y comenzar el día con una actitud positiva. Al acabar el encuentro, cada chico va a su respectivo grupo de autoayuda.

De repente se abrió la puerta del salón donde se llevaba a cabo el encuentro. La primera en salir fue Alfonsa, que me saludó con una simpática mueca, seguida de los chicos que se encaminaban a las distintas salas y, finalmente, salió Manolo Masera que, sin ningún miramiento, me hizo pasar a una sala donde había un grupo de chavales sentados en círculo y, a modo de presentación, dijo mi nombre a los miembros del grupo y sin decirme nada más se marchó. En aquel momento ¡odié a Manolo con toda mi alma!, dudé de su profesionalidad, dejarme allí al libre albedrío, sin ninguna explicación de lo que debería hacer y con esa tajante forma de hablar, de mirarme, esa imagen de superioridad que mostraba y su afán de protagonismo, me invadían por completo.




Federico Pérez "El coronel"

2 comentarios:

  1. Anónimo dijo...
  2. killo est es mas largo que un popurri de roque con paco el conejo de contraalto,PERO TE JURO QUE ME LO VOY A LEER ENTERO

  3. El Coronel RESPONDER dijo...
  4. joe, es un libro, no un poema, jejejeje. son 220 carillas, así que.... un saludo y me alegro que lo leas

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