No tengo muchos recuerdos del comienzo de mi formación. La verdad es que no recuerdo mucho de nada, tengo muy poca memoria, bueno, eso es lo que me dicen, aunque lo que yo pienso es que soy muy despistado y no suelo echar mucha cuenta en lo que hago. Sea lo que sea, la verdad es que he perdido las llaves de casa muchas veces y la cartera creo que un millar, por lo que algo tiene que pasarme, pero tampoco me preocupa, a veces olvidar las cosas no viene mal. Lo que sí recuerdo es la ansiedad que tenía el domingo por la tarde, un par de horas antes de que me recogiera María José. El día anterior había hablado con ella por teléfono; por su voz, me pareció bastante agradable y simpática y, por lo poco que comentamos, muy inocente. Quedamos en que me recogería sobre las ocho o las nueve de la tarde en una gasolinera de San Juan del Puerto, un pueblo muy cercano a Huelva, donde vivo, y allí estaba yo, con mi maleta para una eternidad.
Nunca he sabido calcular el equipaje que debo llevar cuando viajo, o me sobran cosas o me faltan, pero esta vez no sabía qué era lo que me esperaba. Inmaculada, por aquel entonces mi novia, sabiendo de mi desorganización y mi supuesta falta de memoria, me confeccionó una lista que perdí a las dos horas de dármela, por lo que comencé a echar cosas en la maleta, intentando acordarme de todo lo que ponía en el dichoso papel y, por supuesto, me pasé.
Aquella lista me supuso muchas irritaciones; creo que las risas a causa de mi despiste duraron varios años; el comentario fue pasando desde mis suegros hasta mis sobrinos y cuñados, especialmente, al tozudo mayor de la familia, Antonio, el marido de una de las hermanas de Inmaculada. Él fue quien me llevó a la gasolinera, eso después de rogarle mucho y discutir casi dos horas, aunque él es así, le encanta hacerse de rogar, parecer importante y necesario, pero en el fondo es el más disponible y servicial de toda la familia. En aquel momento era policía interino y entraba de servicio aquella tarde, por lo que me llevó vestido de uniforme con su gorra puesta dentro del coche, bueno, mi coche, ya que utilizamos el mío. Antonio es muy parecido a mí en casi todos los aspectos, aunque es más alto que yo, algo de lo que presume. Según dice su mujer, los dos procedemos de la estirpe de Bertín Osborne: morenos, anchos y robustos, de ojos claros y, sobre todo, guapos, pero he de decir que yo, lo soy más, bueno eso le suelo decir a mi cuñado Antonio para pincharle, suele entrar al trapo con mucha facilidad, por lo que solemos llevarnos horas discutiendo. Aquel día se marchó rápidamente y me quedé solo en la gasolinera, sin antes decirme con su voz profunda y delante de tres coches que repostaban en aquel momento:
_ Un día de estos ¡pierdes la cabeza!, ¡cuanto más grande, más idiota, adiós “ Marmota”!
No se me olvidarán aquellas palabras, a pesar de mi falta de memoria, son típicas de él, no he pasado más vergüenza en toda mi vida, no sabía dónde meterme. El apodo de marmota me lo habían puesto mis cuñados porque pensaban que duermo mucho y, en realidad no es así, sino que el trabajo que antes comenté, de vigilante jurado, era nocturno, por lo que tenía que dormir por las mañanas que era cuando ellos me veían…, siempre durmiendo, y de ahí viene la fama.
Después de alrededor de una media hora de estar allí, vi llegar un Peugeot de color rojo, bastante limpio y cuidado. Llegaba muy despacio. Me fijé porque se llevó más de cinco minutos para maniobrar y entrar en la estación de servicio. Del coche bajó una chica de piel muy blanca, pelo corto moreno y de constitución ancha; tenía una cara graciosa, redondita y con los pómulos muy pronunciados y rojizos por la calefacción del coche. Llevaba un pantalón vaquero y un chaleco rojo de lana. Intuí que era ella y me acerqué.
_¿Eres Mª José?
_ Sí, tú eres Federico ¿Verdad?.
_ Sí, ¿Qué tal?.
_¿Ha llegado Nacho?
_ No lo sé. No sé quién es Nacho. _ Le contesté mientras nos besábamos en las mejillas,
_Es un compañero que viene con nosotros. Tenemos que esperar a que venga, él siempre llega tarde, un día de estos… ¡lo dejo aquí!. Los demás saldrán por la mañana, quieren aprovechar el fin de semana.
Me dijo mientras se volvía a meter en el coche. Y haciéndome un gesto para que entrara, coloqué el equipaje en el maletero y me senté delante.
Mientras esperamos a Nacho, estuvimos hablando de cómo era la formación en Málaga; me contó que eran seis personas en el piso donde yo me quedaría, que Pasi no estaría porque se encontraba en el curso final en Madrid, que duraba un mes aproximadamente. Este curso constaba de 3 semanas repartidas a lo largo de todo un año y acabaría, con un mes completo, en la escuela de formación de Mentes Blancas en Aravaca, Madrid. Finalmente, se hacía un duro examen final, para el que se debía estar muy preparado si querías aprobarlo.
Me contó también que no todos aguantaban el proceso de formación, pues hacía dos semanas que un compañero había abandonado por su rigidez, pero que me tranquilizara, porque todo iría bien.
Nacho, como predijo Mª José, llegó bastante tarde. No lo vimos aparecer, y llegó sonriente, golpeando el cristal trasero del coche para que le abriera el maletero. Bajé del vehículo para, en un acto de cortesía, saludarle.
_¿Qué pasa, gordita? Siento llegar tarde, pero estaba viendo al Recreativo y me entretuve más de la cuenta. ¿Nos vamos? _ comentó, ignorándome por completo.
_ ¡La próxima vez te dejo aquí!. _ Le respondió Mª José con una sonrisa entrecortada. Y dirigiéndose a mí, siguió. _ Es Federico, viene con nosotros a Málaga.
_¿Qué tal?, yo soy Nacho.
_ Hola, ¿cómo ha quedado el Recre? _ Pregunté intentando romper el hielo.
_ Ha ganado 2 a 1, ¡a ver si este año sube!.
Después del absurdo comentario sobre fútbol, que por cierto, no me gusta, pusimos rumbo a Málaga.
Me senté detrás, por educación, aunque más bien creo que fue por imposición ya que Nacho se colocó delante, sin ni siquiera preguntarme. El viaje se hizo pesado, hablamos un poco de todo, tanto de nuestras vidas como de lo que me encontraría allí. Tenía la cabeza embotada, sobre todo porque no paramos ni una sola vez y fueron cerca de cuatro horas y media las que empleamos en llegar, un recorrido que cualquiera hubiera hecho en dos o tres horas, pero así era Mª José, prudente y paciente; me hacía gracia, pegada al cristal con los ojos clavados en la carretera, sin inmutarse y Nacho, constantemente, buscándole las cosquillas haciéndole salir de sus casillas. Él siempre estaba igual, pinchaba a todo el mundo, era como un don, sabía cómo sacar de quicio a cualquiera, criticaba todo y a todos. En aquel momento me pareció un impertinente toca pelotas, de esos tipos que sólo se divierten a costa de otras personas, me pareció egocéntrico y pedante. No sabía que iba a ser el mejor amigo que había tenido en toda mi vida.
Llegamos muy tarde a Málaga, sobre las doce de la noche. El piso donde viviría estaba ubicado en una zona periférica de la ciudad, como decía Nacho, en “los Arrabales de la ciudad”, aunque estaba bastante cerca de nuestro lugar de formación, la famosa Acogida de Málaga, primera fase del programa Mentes Blancas.
Era una cuarta planta y ¡gracias que había ascensor porque odio subir escaleras!. Al entrar dejamos todos los bártulos en un gran salón muy amplio pintado de color amarillo ocre, como el resto de la casa, tristemente decorado con un pequeño aparador que soportaba el televisor de 14 pulgadas, dos sofás situados en semicírculo frente a la caja tonta, y un par de láminas, sin marcos, de paisajes exóticos. Un pasillo conducía a las 4 habitaciones, era oscuro y tenía desconchada toda la pintura de las paredes. Uno de los cuartos de baño era enorme, el otro, algo más pequeño, estaba en una de las habitaciones, curiosamente, en la que dormía Nacho. La cocina, muy completa, estaba situada en la parte opuesta del pasillo.
Después de que me enseñaran la casa, no nos dio tiempo de hacer nada más, hicimos la cama y nos acostarnos. Por cierto, compartí la habitación de Nacho. Él tenía una cama de matrimonio colocada en medio de la habitación y a mí me tocó el sofá-cama, colocado en una pequeña esquina, lleno de bultos y pliegues que me dejaban hermosas señales en todo el cuerpo. Era incomodísimo y no pegué ojo en toda la noche, aunque me entretuve intentando contar los ronquidos y silbidos de mi nuevo acompañante. Creo que distinguí entre veinte y treinta sonidos desiguales, hubo un momento en el que me sorprendí apodándolos graciosamente.
El despertador sonó sobre las siete de la mañana y me levanté de un salto, algo inusual en mí. Mientras me duchaba, oí voces y risas; al salir del baño, vi al resto del grupo que se lanzaba encima de Nacho, que aún dormía, hasta que consiguieron levantarlo y, a regañadientes, se metió en el cuarto de baño, lanzando gruñidos e insultos típicos de él.
_ Eres Federico ¿verdad? - me preguntó Manolo Delgado, uno de los responsables del malestar de Nacho. -Pasi me ha hablado de ti, ayer me dijo que vendrías. ¿Qué tal? yo soy Manolo y, él, es Juan Manuel.
_ A Juan Manuel lo conozco de vista, ¡tu estás con los “Boy Scouts”!. - Contesté algo nervioso.
_ Sí, yo coordino el grupo Scouts de la Hispanidad, y soy organizador parroquial de la barriada, acabé hace unos años Trabajo Social y aquí estoy intentando desempeñar mi labor lo mejor que puedo, ya sabes, que no hay mayor placer en la vida que aprender de las vivencias personales y ¡en ello estamos!.
“Buen comienzo”, pensé para mí: ¡otro listillo, no éramos bastantes y parió la abuela! ¡por mí, como si es el propio Ministro de Asuntos Exteriores!.
Juan Manuel, o “el cara papa”, uno de los apodos más usuales que solíamos ponerle, era el típico enteradillo metomentodo, un fanático de las opiniones basadas en autores importantes, tenía siempre un comentario de algún intelectual que aportaba en la conversación, dándole a su opinión en la materia que se discutía; su pedantería, reforzada con un aire de grandeza, creaba tal repulsión que, durante todo el proceso de formación, no encontró más que el rechazo de los demás. Estaba solo y era triste verlo aislado, hasta el punto que, a veces, nos daba lástima. Sin embargo, como decía Nacho ¡él se lo buscaba! ya que siempre tenía la opción de cambiar y no lo hacía. Era de complexión corpulenta, moreno, con la estereotipada raya en pelo, al lado izquierdo, y un protuberante flequillo, al que mareaba constantemente.
_¿Quién quiere café? _ Preguntaron desde la cocina.
Era Remedios, otra de las compañeras del grupo. Morena y de mediana estatura, brusca y algo contestataria e inconformista. Nunca la he llegado a comprender, parecía una solterona de treinta años; lo mismo estaba de tu lado en un tema concreto, que se retractaba después de lo que había dicho y se ponía en tu contra. Siempre estaba gritando. Polémica y problemática, decía las cosas tal como le venían a la cabeza, sin omitir ningún detalle, por lo que las palabras, incluidas las mal sonantes, salían de su boca sin vacilar ni un ápice. Estaba metida en todos los conflictos que había en la casa, aunque también tengo que decir que, era muy atenta y siempre se estaba preocupando de los demás, nunca he entendido el por qué, pero era algo que aunque me agradaba, a la vez, me preocupaba. A pesar de todo, aprendí a quererla.
_Hola!, yo soy Manoli, me alegro de que estés con nosotros ¡cuantos más seamos, mayor será nuestra fuerza.! –
Nunca he sabido calcular el equipaje que debo llevar cuando viajo, o me sobran cosas o me faltan, pero esta vez no sabía qué era lo que me esperaba. Inmaculada, por aquel entonces mi novia, sabiendo de mi desorganización y mi supuesta falta de memoria, me confeccionó una lista que perdí a las dos horas de dármela, por lo que comencé a echar cosas en la maleta, intentando acordarme de todo lo que ponía en el dichoso papel y, por supuesto, me pasé.
Aquella lista me supuso muchas irritaciones; creo que las risas a causa de mi despiste duraron varios años; el comentario fue pasando desde mis suegros hasta mis sobrinos y cuñados, especialmente, al tozudo mayor de la familia, Antonio, el marido de una de las hermanas de Inmaculada. Él fue quien me llevó a la gasolinera, eso después de rogarle mucho y discutir casi dos horas, aunque él es así, le encanta hacerse de rogar, parecer importante y necesario, pero en el fondo es el más disponible y servicial de toda la familia. En aquel momento era policía interino y entraba de servicio aquella tarde, por lo que me llevó vestido de uniforme con su gorra puesta dentro del coche, bueno, mi coche, ya que utilizamos el mío. Antonio es muy parecido a mí en casi todos los aspectos, aunque es más alto que yo, algo de lo que presume. Según dice su mujer, los dos procedemos de la estirpe de Bertín Osborne: morenos, anchos y robustos, de ojos claros y, sobre todo, guapos, pero he de decir que yo, lo soy más, bueno eso le suelo decir a mi cuñado Antonio para pincharle, suele entrar al trapo con mucha facilidad, por lo que solemos llevarnos horas discutiendo. Aquel día se marchó rápidamente y me quedé solo en la gasolinera, sin antes decirme con su voz profunda y delante de tres coches que repostaban en aquel momento:
_ Un día de estos ¡pierdes la cabeza!, ¡cuanto más grande, más idiota, adiós “ Marmota”!
No se me olvidarán aquellas palabras, a pesar de mi falta de memoria, son típicas de él, no he pasado más vergüenza en toda mi vida, no sabía dónde meterme. El apodo de marmota me lo habían puesto mis cuñados porque pensaban que duermo mucho y, en realidad no es así, sino que el trabajo que antes comenté, de vigilante jurado, era nocturno, por lo que tenía que dormir por las mañanas que era cuando ellos me veían…, siempre durmiendo, y de ahí viene la fama.
Después de alrededor de una media hora de estar allí, vi llegar un Peugeot de color rojo, bastante limpio y cuidado. Llegaba muy despacio. Me fijé porque se llevó más de cinco minutos para maniobrar y entrar en la estación de servicio. Del coche bajó una chica de piel muy blanca, pelo corto moreno y de constitución ancha; tenía una cara graciosa, redondita y con los pómulos muy pronunciados y rojizos por la calefacción del coche. Llevaba un pantalón vaquero y un chaleco rojo de lana. Intuí que era ella y me acerqué.
_¿Eres Mª José?
_ Sí, tú eres Federico ¿Verdad?.
_ Sí, ¿Qué tal?.
_¿Ha llegado Nacho?
_ No lo sé. No sé quién es Nacho. _ Le contesté mientras nos besábamos en las mejillas,
_Es un compañero que viene con nosotros. Tenemos que esperar a que venga, él siempre llega tarde, un día de estos… ¡lo dejo aquí!. Los demás saldrán por la mañana, quieren aprovechar el fin de semana.
Me dijo mientras se volvía a meter en el coche. Y haciéndome un gesto para que entrara, coloqué el equipaje en el maletero y me senté delante.
Mientras esperamos a Nacho, estuvimos hablando de cómo era la formación en Málaga; me contó que eran seis personas en el piso donde yo me quedaría, que Pasi no estaría porque se encontraba en el curso final en Madrid, que duraba un mes aproximadamente. Este curso constaba de 3 semanas repartidas a lo largo de todo un año y acabaría, con un mes completo, en la escuela de formación de Mentes Blancas en Aravaca, Madrid. Finalmente, se hacía un duro examen final, para el que se debía estar muy preparado si querías aprobarlo.
Me contó también que no todos aguantaban el proceso de formación, pues hacía dos semanas que un compañero había abandonado por su rigidez, pero que me tranquilizara, porque todo iría bien.
Nacho, como predijo Mª José, llegó bastante tarde. No lo vimos aparecer, y llegó sonriente, golpeando el cristal trasero del coche para que le abriera el maletero. Bajé del vehículo para, en un acto de cortesía, saludarle.
_¿Qué pasa, gordita? Siento llegar tarde, pero estaba viendo al Recreativo y me entretuve más de la cuenta. ¿Nos vamos? _ comentó, ignorándome por completo.
_ ¡La próxima vez te dejo aquí!. _ Le respondió Mª José con una sonrisa entrecortada. Y dirigiéndose a mí, siguió. _ Es Federico, viene con nosotros a Málaga.
_¿Qué tal?, yo soy Nacho.
_ Hola, ¿cómo ha quedado el Recre? _ Pregunté intentando romper el hielo.
_ Ha ganado 2 a 1, ¡a ver si este año sube!.
Después del absurdo comentario sobre fútbol, que por cierto, no me gusta, pusimos rumbo a Málaga.
Me senté detrás, por educación, aunque más bien creo que fue por imposición ya que Nacho se colocó delante, sin ni siquiera preguntarme. El viaje se hizo pesado, hablamos un poco de todo, tanto de nuestras vidas como de lo que me encontraría allí. Tenía la cabeza embotada, sobre todo porque no paramos ni una sola vez y fueron cerca de cuatro horas y media las que empleamos en llegar, un recorrido que cualquiera hubiera hecho en dos o tres horas, pero así era Mª José, prudente y paciente; me hacía gracia, pegada al cristal con los ojos clavados en la carretera, sin inmutarse y Nacho, constantemente, buscándole las cosquillas haciéndole salir de sus casillas. Él siempre estaba igual, pinchaba a todo el mundo, era como un don, sabía cómo sacar de quicio a cualquiera, criticaba todo y a todos. En aquel momento me pareció un impertinente toca pelotas, de esos tipos que sólo se divierten a costa de otras personas, me pareció egocéntrico y pedante. No sabía que iba a ser el mejor amigo que había tenido en toda mi vida.
Llegamos muy tarde a Málaga, sobre las doce de la noche. El piso donde viviría estaba ubicado en una zona periférica de la ciudad, como decía Nacho, en “los Arrabales de la ciudad”, aunque estaba bastante cerca de nuestro lugar de formación, la famosa Acogida de Málaga, primera fase del programa Mentes Blancas.
Era una cuarta planta y ¡gracias que había ascensor porque odio subir escaleras!. Al entrar dejamos todos los bártulos en un gran salón muy amplio pintado de color amarillo ocre, como el resto de la casa, tristemente decorado con un pequeño aparador que soportaba el televisor de 14 pulgadas, dos sofás situados en semicírculo frente a la caja tonta, y un par de láminas, sin marcos, de paisajes exóticos. Un pasillo conducía a las 4 habitaciones, era oscuro y tenía desconchada toda la pintura de las paredes. Uno de los cuartos de baño era enorme, el otro, algo más pequeño, estaba en una de las habitaciones, curiosamente, en la que dormía Nacho. La cocina, muy completa, estaba situada en la parte opuesta del pasillo.
Después de que me enseñaran la casa, no nos dio tiempo de hacer nada más, hicimos la cama y nos acostarnos. Por cierto, compartí la habitación de Nacho. Él tenía una cama de matrimonio colocada en medio de la habitación y a mí me tocó el sofá-cama, colocado en una pequeña esquina, lleno de bultos y pliegues que me dejaban hermosas señales en todo el cuerpo. Era incomodísimo y no pegué ojo en toda la noche, aunque me entretuve intentando contar los ronquidos y silbidos de mi nuevo acompañante. Creo que distinguí entre veinte y treinta sonidos desiguales, hubo un momento en el que me sorprendí apodándolos graciosamente.
El despertador sonó sobre las siete de la mañana y me levanté de un salto, algo inusual en mí. Mientras me duchaba, oí voces y risas; al salir del baño, vi al resto del grupo que se lanzaba encima de Nacho, que aún dormía, hasta que consiguieron levantarlo y, a regañadientes, se metió en el cuarto de baño, lanzando gruñidos e insultos típicos de él.
_ Eres Federico ¿verdad? - me preguntó Manolo Delgado, uno de los responsables del malestar de Nacho. -Pasi me ha hablado de ti, ayer me dijo que vendrías. ¿Qué tal? yo soy Manolo y, él, es Juan Manuel.
_ A Juan Manuel lo conozco de vista, ¡tu estás con los “Boy Scouts”!. - Contesté algo nervioso.
_ Sí, yo coordino el grupo Scouts de la Hispanidad, y soy organizador parroquial de la barriada, acabé hace unos años Trabajo Social y aquí estoy intentando desempeñar mi labor lo mejor que puedo, ya sabes, que no hay mayor placer en la vida que aprender de las vivencias personales y ¡en ello estamos!.
“Buen comienzo”, pensé para mí: ¡otro listillo, no éramos bastantes y parió la abuela! ¡por mí, como si es el propio Ministro de Asuntos Exteriores!.
Juan Manuel, o “el cara papa”, uno de los apodos más usuales que solíamos ponerle, era el típico enteradillo metomentodo, un fanático de las opiniones basadas en autores importantes, tenía siempre un comentario de algún intelectual que aportaba en la conversación, dándole a su opinión
_¿Quién quiere café? _ Preguntaron desde la cocina.
Era Remedios, otra de las compañeras del grupo. Morena y de mediana estatura, brusca y algo contestataria e inconformista. Nunca la he llegado a comprender, parecía una solterona de treinta años; lo mismo estaba de tu lado en un tema concreto, que se retractaba después de lo que había dicho y se ponía en tu contra. Siempre estaba gritando. Polémica y problemática, decía las cosas tal como le venían a la cabeza, sin omitir ningún detalle, por lo que las palabras, incluidas las mal sonantes, salían de su boca sin vacilar ni un ápice. Estaba metida en todos los conflictos que había en la casa, aunque también tengo que decir que, era muy atenta y siempre se estaba preocupando de los demás, nunca he entendido el por qué, pero era algo que aunque me agradaba, a la vez, me preocupaba. A pesar de todo, aprendí a quererla.
_Hola!, yo soy Manoli, me alegro de que estés con nosotros ¡cuantos más seamos, mayor será nuestra fuerza.! –
Federico Pérez "El coronel"
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